El 4 de marzo se cumplió otro aniversario de la muerte en a l t amar, de Mariano Moreno, al decir de adeptos y detractores, el Robespierre de la Revolución de Mayo. Indiscutible figura clave del proceso de Mayo por la convicción indeclinable de sus ideas y su intención puesta en la aplicación de acciones rápidas y enérgicas para la consecución de los fines de mayo: “La moderación fuera de tiempo – decía – no es cordura, ni es una verdad, al contrario, es una debilidad cuando se adopta un sistema que sus circunstancias no lo requieran y los cimientos de una nueva republica nunca se han cimentado sino con el rigor, el castigo, mezclado con la sangre de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus progresos”.

Egresado de la Universidad de Charcas, Alto Perú (hoy Bolivia) y compenetrado de las ideas de la Revolución Francesa, este porteño nativo tenía la certeza que los planes implementados por los jacobinos en Francia, serian de conveniente aplicación en estas tierras.

Era un doctrinario partidario de la benevolencia para los verdaderos patriotas, pero con castigos para infidencia y rebelión.

El   plan   Revolucionario de Operaciones, documento concebido y redactado por Mariano Moreno, es la pieza más controvertida de nuestra historia. Allí pone de relieve el carácter hispanoamericano de la Revolución, la independencia intelectual de sus autores así como el carácter jacobino de sus jefes.

El proceso que dio comienzo a nuestra nacionalidad encuentra en Moreno un intérprete poseído de incomparable energía y atrevimiento político. Su cultura orgánica se expresa en el Plan de Operaciones citado, cuyas enunciaciones terroristas constituirán la  norma  practica  y corriente de la política gubernamental de los hombres de mayo y que reflejaban la ferocidad de la lucha contra el absolutismo.

A la luz de este y otros documentos de su autoría, se comprende la férrea actitud de la junta con los amotinados de Córdoba y los vencidos en Suipacha por nuestras tropas (fusilamiento de Liniers, de jefes realistas en el Alto Perú.

La historia tradicional enfrentó a Moreno con Saavedra (presidente de la Primera Junta). El primero era la fogosidad, la voz de la Revolución, que tomó medidas drásticas: “La Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.E. propone  contra  los  enemigos  y espera tendrá particular cuidado de no dar un paso adelante sin dejar los de atrás en perfecta seguridad”.

Su visión abarcativa de un programa de gobierno revoluciona- rio que no descuida los aspectos económicos y sociales están puestos de manifiesto en la Representación de los Hacendados, donde es un político proteccionista y estadista perspicaz, excelente conocedor de la codicia y las intrigas del Imperio Británico, el “puro porteño de la leyenda” que solo concibe la Revolución a escala continental, el abogado de los ganaderos, como revolucionario que propone la expropiación de las grandes fortunas para constituir un capital estatal capaz de crear industrias y poner en movimiento la economía paralizada del viejo virreynato.

Este y otros conceptos serán vertidos por el vocero de esta posición, desde la Gaceta de Buenos Aires, por quien fuera el fundador y redactor de diario oficial de la Junta, don Mariano Moreno.

El no podía esperar “a que las brevas maduren” como decía Saavedra, poseedor de un pensamiento moderado.

Lo cierto es que la caída del partido morenista, acaecido por serias disidencias  internas,  significo  el predominio del saavedrismo, base ulterior del partido rivadaviano porteño.

Ya no estaba el vocero desde La Gaceta de Buenos Aires. El suyo fue un periodismo de combate que cuidaba en cada letra el inculcar los principios republicanos a ultranza. Como buen jacobino creía en la república cuyos ciudadanos fueran felices en la frugalidad espartana de una vida sencilla dedicada al engrandecimiento de la patria; donde pudieran vivir todos los hombres de buena voluntad dispuestos a compartir la paz, virtudes ponderadas en los sucesivos números de La Gaceta.