El barrio de Versailles se veía alborozado, sobre todo, en la cuadra donde vivía la Negrita, la algarabía era total. Unos días antes de que comenzaran los Carnavales, los vecinos ya salían a la calle, a la hora de la siesta, a jugar con agua. Los chicos también participaban; baldes van, bombitas vienen, alguno siempre terminaba resfriado, pero, ¡quién le quitaba lo jugado¡
Esto acontecía en ese barrio porteño de casa bajas, en la década del 40, cuando se estilaba tomar mate en la vereda o bien por las noches después de cenar, algunos de la cuadra sacaban afuera sus sillas para tomar aire fresco (por supuesto en época estival). Mientras los mayores hablaban de sus cosas, el cotorreo de los chicos era infernal. Vivían esta etapa del calendario con un entusiasmo verdaderamente emocionante.
Se escuchaba decir cosas como estas:
—¿De qué te vas a disfrazar?
—Yo de Colombina ¿y vos?
—Mi mamá me hizo el traje de Dama Antigua.
—¿Viste el disfraz de Pierrot de Carlitos?
Era tal la alegría que tenían con el Carnaval, que era el único tema para ellos, por ahí salió la Negrita queriendo decir lo suyo, debemos aclarar que era la más chiquita del grupo, solo tenía cinco años.
—Yo me voy a disfrazar de Pastora y me voy a pintar los labios.
Hubo risas en general porque ya se
sabía que todos se iban a pintar. De pronto saltó Luisito contando algunas de sus experiencias de Carnavales pasados, claro, él era el más grande y se daba corte con sus conocimientos adquiridos.
¡Y llegó el día tan ansiado¡ —A preparase porque nos van a llevar al corso-- decían.
El corso que tenían más cerca era el de Liniers, este tomaba unas cuadras de la Avda. Rivadavia, seguía por la calle Carhué y doblaba por la calle Ibarrola.
Toda la purretada estaba contenta de poder ver el desfile incesante de carrozas y coches alegóricamente adornados. Disfrutaban también con las “mascaritas” que jugaban con papel picado, serpentinas y globitos de agua. El barullo que hacían con pitos y matracas era ensordecedor, pero ellos se divertían sanamente.
En esa época cada barrio tenía su “murga” por lo tanto no podían faltar “Los mocosos de Liniers”, quienes con sus cantos bastante picarescos divertían a su paso y se ganaban el aplauso de la concurrencia.
Todo este encantamiento tenía su final, generalmente duraba hasta altas horas de la noche cuando las familias regresaban a sus hogares y la muchachada seguía festejando en los bailes del Club Vélez Sarsfield que quedaba a pocas cuadras del corso.
La nena que se iba a disfrazar de Pastora (la Negrita) que era rubia y
de ojos verdes, tenía un problema que pronto descubrimos. Si bien ella disfrutaba de esta fiesta, algunas noches se la veía con los ojos enrojecidos, como si hubiera llorado, efectivamente, había llorado.
Resulta que después de la merienda (le encantaba el arroz con leche) la mamá empezaba a vestirla con el disfraz de Pastora, tenía un colorido especial, adornado con tafetas color verde, le quedaba precioso, pero a ella lo que más le gustaba era cuando la pintaba, con lunar y todo. Luego salía a la calle para encontrarse con sus amiguitas, hasta aquí todo iba bien. El problema se presentaba cuando la llamaban a cenar.
—Negrita vení a comer…
Ella se hacía la que no escuchaba.
—Vamos que ya está la comida.
Y la Negrita no hacía caso. Hasta que el padre salía enojado la agarraba de un brazo y —¡tenés que comer¡ si no, no salís más.
Por eso se la veía con los ojos como si hubiese llorado, ella no quería ir a cenar y se notaba en su carita la desolación y la amargura cuando la obligaban a comer.
Finalmente vino la confesión. Después de hablar un rato con ella, la mamá le arrancó esa confesión.
—No quiero comer porque se me sale la pintura de los labios—dijo la nena lloriqueando.
Estos Carnavales iban a dejar al descubierto la coquetería de esta nena que iba a perdurar toda la vida. Pasaron los años y la Negrita hoy mujer, sigue tan coqueta como siempre.
Nunca dejó ni dejará de pintarse los labios.
Elsa Rossi Raccio
Escritora y vecina del barrio de Liniers
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